Por Hugo E. Grimaldi
En política, el consenso no siempre nace del deseo de armonía, sino de la necesidad de gobernabilidad y es regla que los actores más rígidos pueden entrar en este tipo de dinámicas por conveniencia y sin abandonar su esencia, simplemente porque el sistema los obliga. Es habitual que sea la realidad la que ubica a los inflexibles y ése es un patrón recurrente en esa esfera. Lo que surge del momento en relación a Javier Milei es que, tras dos años de gobierno con una fuerte impronta ideológica y confrontativa, él y su personalidad de niño terrible se han dado de bruces contra la realidad.
Mientras las internas hacen de las suyas dentro del gobierno libertario y lo desgajan en una pelea de egos en momentos en que más necesitan los responsables sentarse a pensar con sangre fría, tres situaciones marcaron a fuego al Presidente durante la penúltima semana antes de las legislativas del 26 y las tres se relacionaron claramente con el gobierno de los Estados Unidos. No todas salieron bien:
1) su visita a la Casa Blanca para reunirse con Donald Trump y la ensalada que armó el anfitrión sobre el apoyo al gobierno libertario, condicionado al resultado de las elecciones;
2) la avidez de los argentinos por el dólar antes de cualquier elección, tanto que le pulsearon al Tesoro de los EEUU durante tres días y le llevaron una cifra interesante con cotizaciones siempre en alza, como si la misión de Scott Bessent no sólo fuese la de haber intervenido el BCRA, sino la de marcar el ritmo de la devaluación y
3) la reiteración de los consejos políticos de parte de Washington destinados a que Milei y los suyos busquen rápidos acuerdos para obtener las leyes que podrían bajar el riesgo-país y le darán previsibilidad a los inversores, especialmente las reformas tributaria y laboral. De la previsional no se habla aún.
Los parámetros que enmarcan el momento han sido conformados por varios elementos que convergieron sobre un Presidente algo más manso que quien se llevaba a todos por delante hasta hace unos meses nada más. En primer término, él parece haber tomado nota que aquel espíritu inexperto y arrollador, casi de adolescente, pero por sobre todo improvisado y superficial, deberá ser dejado de lado, a partir de dotar a su gobierno de mayor profesionalidad. El sopapo bonaerense seguramente ya lo había convencido de que los armados políticos no pueden ser caseros y que hay que ponerlos en manos de quienes saben, Quizás por eso, rearmó una clásica línea de acercamientos con otros actores de la política.
La reconvención más dura al respecto, la que probablemente lo haya dejado reflexionando, la recibió Milei en dos oportunidades de parte del experimentado Trump. La primera vez fue cuando el mes pasado en las Naciones Unidas, su admirado Presidente le marcó la necesidad de juntar una masa crítica de aliados en el Congreso para que las leyes que se necesitan para generar mayor disposición a enterrar dinero en la Argentina sean votadas de una buena vez.
Desde aquellos primeros reproches, las figuras de Mauricio Macri y de los gobernadores comenzaron a tomar otra relevancia en la cabeza de Milei, ocupada hasta entonces sólo en hacerle la claque a Cristina Kirchner jugando a una polarización que finalmente le restaba votos porque se le iban fugando rumbo a las terceras fuerzas. El show de malos entendidos que armó Trump con las fechas electorales lo debe haber terminado de convencer al Presidente de que el camino pasa por allí, ya que casi de inmediato cambió el discurso perdedor que hablaba de porcentajes por el de los 86 diputados que se necesitan para blindar los vetos y evitar un eventual juicio político.
Este objetivo de mínima sugiere que hoy su apertura al diálogo está condicionada por objetivos estratégicos y no por una transformación profunda de su tan personal estilo (la pulseada interior entre convicción y conveniencia) y, en este sentido, el consenso podría ser observado como un instrumento transitorio y no como una nueva filosofía de gobierno. Para el estándar Milei, la admisión de empezar a convertirse en casta es “too much”, diría CFK. La realidad institucional indica además que la falta de mayoría propia (se necesitan 129 diputados y 37 senadores) obligarán al Presidente a negociar, incluso con sectores que antes descalificaba y esto no implica necesariamente un cambio de convicciones sino, de momento, una adaptación táctica.
Trump y Milei tienen rasgos en común, pero también algunas diferencias notables que van más allá de la experiencia que conlleva, entre otras cosas, la diferencia de edad del estadounidense. Ambos irrumpieron en la política con una misión parecida: la de desafiar a los poderosos en nombre de los indignados y los dos hicieron de la ira un lenguaje y del descontento una bandera. Los dos encarnan el mismo fenómeno: el del líder que se presenta como outsider, pero que termina convertido en el centro absoluto del sistema que decía combatir.
El estadounidense salió del mundo de los negocios y para él todo es un tablero de acuerdos y rupturas, donde el éxito se mide por la humillación del adversario. Milei, en cambio, emergió a la política desde el desencanto, pasó a ser un fenómeno de las redes sociales y portavoz de una frustración colectiva que hasta 2023 no encontraba intérprete. Es verdad que los dos canalizan broncas, pero con destinos opuestos y ahí se observa la primer gran diferencia de objetivos: el estadounidense protege al Estado de los otros, mientras que Milei quiere liberar a los demás del Estado
En los dos casos, la confrontación no fue un recurso, sino el método, pero hay que tomar en cuenta a la hora de marcar más diferencias que Trump construyó su liderazgo sumando nacionalismo proteccionista y desprecio por las élites, mientras que el presidente argentino lo hizo en nombre de la libertad individual. También tienen miradas divergentes en su relación con el poder, ya que el de Queens lo entiende como un espectáculo y lo vive como cruzada: Trump no actúa, sino que combate.
Por último, hay que observar también que el estadounidense se aferra al éxito y que, en cambio, el presidente argentino es un fervoroso creyente de lo que propone casi como predicador y está claro que mientras Trump negocia todo, Milei busca catequizar. En cuanto a las debilidades de ambos personajes son bastante simétricas: egos desbordados, escasa paciencia para la negociación y una tendencia a verse como salvadores, antes que como administradores. Cuando no lo aplauden, Trump destruye, mientras que Milei tiende a aislarse cuando no lo comprenden.
Esta eventual debilidad es la que se pondrá a prueba con el brazo fuerte que el Presidente deberá mostrar a la hora de aplicar la fusta internamente, aunque será después de que pasen las elecciones, para llegar al final de la carrera lo más al galope posible. En el deshoje de esa margarita, Milei está condicionado porque uno de las cuestiones más sensibles que deberá ordenar es el rol de su propia hermana en el Gobierno, uno de los vértices del ya oxidado triángulo de hierro original, que contribuyó decisivamente al traspié político bonaerense y que, por egoísmo partidario o por no calibrar lo que se necesitaba, le quitó bastante volumen a la actual oferta electoral.
El segundo vértice, el del asesor Santiago Caputo será también delicado de abordar por el poder paralelo que supo construir, tanto que viajó a los EEUU por fuera de la delegación oficial para mover los hilos del lobby. Hasta el momento, jugó como outsider y ahora, se le pide que integre los equipos de gobierno con responsabilidad de firma. Esto, que fue sugerido por Guillermo Francos, ha generado un cortocircuito mayúsculo porque el jefe de Gabinete (junto al ministro del Interior) es el hacedor natural del diálogo que pide la administración Trump para ordenar la acción del Congreso en función de las futuras leyes. En el entorno del asesor hablan de “celos”, pero lo cierto es que Francos se siente agobiado.
¿Podrá el presidente Milei retornar a la inflexibilidad que tanto usó con tan malos resultados? Esto es algo bien probable porque ésa parece ser su naturaleza. En este tipo de figuras, la tosudez no es sólo algo táctico sino que forma parte de su identidad política y de su narrativa personal. La pregunta clave es si el electorado premiará el intento de mostrarse abierto o si castigará lo que podría percibirse como una traición a sus propios principios. En ese dilema o bien si las negociaciones no rinden frutos y él no logra consolidar más poder legislativo y se frustra, quizás podría retraerse hacia su estilo original, más confrontativo y disruptivo y volver a su núcleo duro. Entonces, le llegará a Milei seguramente el cortocircuito mayor, que será con su “controller” Trump. Y vuelta a empezar.